Los talleres de escritura creativa proliferan en España hasta el punto de que varias universidades empiezan a incluir en sus planes de estudios una materia tan relativamente nueva como formar escritores. Directores y fundadores de escuelas, así como autores y editores, aportan su visión del fenómeno.
Los escritores deben de ser el gremio con más autodidactas por kilómetro cuadrado. Leer a los clásicos, escribir mucho y borrar casi todo ha sido, durante siglos, lo más parecido a una receta a seguir para quienes se acercaban al papel con pretensión literaria. Ahora, además de escritores que crean escuela, el aprendiz cuenta con escuelas que crean escritores. Todos aquellos que no terminen de confiar en su intuición como narradores, necesiten disciplina o asimilar las técnicas tienen a su disposición unos talleres donde aprender a dirigir las cinceladas del bolígrafo.
Son los centros de enseñanza de la llamada Escritura Creativa, así apellidada para diferenciarla de la redacción puramente técnica, académica y periodística. Se trata de una forma de expresión que tiene por objeto la elaboración de textos literarios, ya sean ficciones o no (ensayos, biografías). Como el propio fenómeno de estas escuelas, el término ha sido adaptado de la tradición anglosajona, en la que universidades e institutos tienen sus departamentos de Creative Writing, diferenciados de los de filología, y la vertiente artística de la escritura está incrustada en los planes de estudios.
Antes que en España, la mecha prendió en América Latina. Allí, a lo largo de las décadas de 1960 y 70, intentaron emular a sus vecinos de Estados Unidos -donde se impartían cursos de posgrado para escritores desde 1936-. Sólo había que adaptar la enseñanza de la escritura creativa a las circunstancias de cada país. De ello resultaron las reuniones de escritores y escritoras con unos pocos elegidos seguidores que se congregaban en sus domicilios particulares, algunos casos en la clandestinidad dadas las dictaduras imperantes en lugares como Chile o Argentina.
El escritor chileno José Donoso introdujo los talleres literarios en España, según se cree. |
Fuentetaja tiene una particularidad no observada en otros centros: “Somos reacios a usar la palabra ‘escuela’ para describirnos: es una terminología que, desde nuestro punto de vista, se ha usado un poco a la ligera”, observa Ramón Cañelles. “Preferimos considerarnos una ‘plataforma de talleres de escritura’, ya que pensamos que para ‘hacer’ escuela o ‘ser’ escuela hace falta un bagaje de experiencia mucho mayor que los poco más de 25 años que tiene en España esta disciplina. Es una cuestión de humildad que también busca alertar a incautos: no basta considerarse a sí mismo escuela para, en rigor, serlo”. Su propio director advierte de que ellos no crean escritores, sino que ayudan “a escribir y a leer mejor, a profundizar en recursos, discutir los escritos y a poner en contacto al alumno en una comunidad de gente que se ayude mutuamente”.
Pese a esa falta de tradición, España cuenta con el centro de formación más grande de Europa y el segundo del mundo: la Escuela de Escritura del Ateneo de Barcelona. Desde su fundación, por sus aulas han pasado unos 13.000 alumnos -la mayoría de ellos en cursos por internet-. Cuenta con 100 profesores, todos ellos escritores, críticos o editores, y más de 700 libros publicados por los estudiantes, unas cifras sólo superadas por la Escuela de Nueva York. "En la Europa mediterránea, la escritura creativa está menos desarrollada, pero cada vez adquiere más prestigio académico", atisban los directores de la Escuela del Ateneo, Pau Pérez y Jordi Muñoz. La diferencia estriba en que "la literatura se concibe desde un punto de vista práctico en EEUU o Gran Bretaña, como un oficio más, mientras que en España los mitos en torno al talento innato del escritor están muy vivos. Nosotros no creemos en esencialismos. En la música y en el arte nadie niega la importancia de los conservatorios y las escuelas de bellas artes".
Las universidades españolas no han permanecido ajenas a la tendencia y están incorporando a su cuerpo académico una materia tan relativamente nueva como formar escritores mediante másteres oficiales y cursos. Incluso algunas se han puesto en contacto con talleres y escuelas con más experiencia para que les ayuden a montar y avalen sus enseñanzas de escritura creativa. Hasta la Universidad de Iowa, la más prestigiosa sobre suelo americano en el campo literario, se ha animado a enseñar a escribir en español.
Vila-Matas recurre al 'Ulises' para formular su consejo a los escritores noveles. |
Ahora bien, ¿qué opinan los escritores y editores de la escritura creativa? La mayoría de los autores hoy consagrados se formó sin estas escuelas, por lo que son acogidas con distintos niveles de satisfacción. “A escribir no se aprende del todo nunca. Y lo que se aprende -que puede aprenderse en cualquier parte, también en una escuela- surge más bien del trabajo en solitario, de la dura lucha por tratar de decir lo que queremos decir. Ocurre como en la vida: hemos de ser nosotros mismos quienes aprendamos a vivir”, reflexiona Enrique Vila-Matas, cuya receta para alcanzar la excelencia parece sencilla: “Dale, dale dale’, leemos en el Ulises de Joyce. ¿Está claro?”. Tan claro como lo expone Eduardo Gil Bera: “La escritura es, antes que nada, una técnica, como componer música, y hay muchas cosas que aprender al respecto a base de inconformidad y autoexigencia. Puede que la parte más difícil sea no enamorarse de lo que uno ha escrito. Eso sí, no creo que haya habido jamás un buen escritor echado a perder por un guía o maestro de escritura, pero nadie te va a enseñar a crear”. La buena noticia, sostiene el poeta Enrique García-Máiquez, es que las escuelas “son la prueba de que sigue existiendo un interés muy vivo por la literatura”. La no tan buena para el aspirante radica en que “escribir es un oficio que, como cualquier otro, tiene una parte que puede enseñarse y aprenderse y otra que no, que es la que al final importa”. Para García-Máiquez, lo más aprovechable de estas escuelas es que “proveen de contertulios y compañeros con autoridad que pueden corregirte y alentarte, a partes iguales”. Y es que los amigos suelen ser demasiado generosos a la hora de evaluar los primeros pasos de un escritor novel.
Valorar textos es algo en lo que está versado José Luis García Martín, poeta, crítico y profesor. El también director de la revista literaria Clarín considera que “el talento y la genialidad no se aprenden, pero pueden cultivarse. Escribir es un oficio peculiar: se puede enseñar y se puede aprender, como a cantar ópera. Pero eso no te garantiza ser un gran cantante. Hace falta aprendizaje, constancia y magia”. El consejo de esta voz autorizada pasa por “leer, leer, leer, conversar, escuchar, vivir, aprender de todo y de todos. Tener maestros (en un taller o fuera de él) y abandonarlos pronto”. El escritor escocés Oscar McLennan, que imparte clases de escritura creativa en Dublín, defiende el talento innato “como un don natural” aunque, precisa, “más importante aún es el trabajo duro y una total dedicación”.
El auge de las escuelas -además de las reseñadas cabe citar a Hotel Kafka o la Escuela Contemporánea de Humanidades- se ha dejado notar también en las editoriales en cuanto a un aumento del número de originales recibidos. Es el caso de Páginas de Espuma, especializada en el género que más se cultiva en los talleres: el cuento. “Nos llegan muchos textos de gente que participa en estas clases. Es un fenómeno creciente que venimos observando a lo largo de estos 15 años”, relata Juan Casamayor, uno de sus dos editores. Para Luis Solano, su homólogo en Libros del Asteroide, “parece que en España se escribe más de lo que se lee”. A día de hoy, Páginas de Espuma no admite más manuscritos, desbordada ante la demanda que genera.
Solano opina que “para aprender este oficio no es necesario pasar por una escuela, hay otras maneras de hacerlo”. El responsable de Libros del Asteroide señala “el mayor atractivo que tiene sobre otros oficios” como la causa de que tanta gente quiera ser escritor/a y advierte de que para las editoriales “es importante dónde y cómo se ha formado el autor, pero no a qué escuelas de escritura creativa haya ido”. Casamayor, que imparte en el Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores, tercia: “El alumno que pase por cualquier taller va a escribir mejor cuando salga, estoy seguro. Es un excelente espacio para que germinen ciertas posibilidades y, sobre todo, para hacer escribir al estudiante. Pero la calidad individual escapa a cualquier escuela”. De hecho, en el mundo editorial existe el término ‘libro de taller’ para designar a obras “muy uniformes y que tienen a ciertas recetas extendidas, pero no sólo es culpa de las escuelas, también puede tratarse de un problema de creatividad de los autores”. ¿Qué hacer al respecto? En Páginas de Espuma recomiendan: “Hay que escribir con las tripas”. Al fin y al cabo, ¿quién no se mancha las manos en un taller?