domingo, 27 de mayo de 2012

La pulsión de escribir

Como Vargas Llosa cuenta en Cartas a un joven novelista (en su día colgué una entrada sobre el libro), escribir es mucho más que una mera afición. Entraña, en palabras del Nobel peruano, una "servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas (dichosas víctimas) unos esclavos". 

A esa necesidad de volcar historias sobre el folio se le denomina pulsión. No importa cuáles sean las circunstancias de tu vida, tu nivel de satisfacción personal o la cantidad de tiempo libre que tengas. Dentro de esos siervos afortunados hay un fuerza, sutil pero hercúlea, que les empuja a crear nuevos mundos y a darles forma con el lenguaje.

La historia de la literatura está llena de poderosas pulsiones que han posibilitado algunas de las más notables obras. Por ejemplo, es sabido que Proust escribía unas 13 horas al día, y dudo mucho que no tuviera otras distracciones. Miguel Hernández seguía componiendo versos en la cárcel, entre la enfermedad y la desesperación. Otros muchos jamás soltaron la pluma pese a arrastrar destructivas adicciones, como Poe y tantos otros con el alcohol y/o las drogas, o tener que acarrear dramas familiares.

Pero los tiempos cambian y con ellos las pulsiones se mitigan o desplazan a otros campos. Personalmente, creo que hoy día mucha gente cubre su necesidad de expresarse con un tuit de vez en cuando o promocionando su vida en Facebook. A los escritores o escritoras que les leía o escuchaba el tópico 'mi último libro me salió de dentro' los consideraba unos farsantes que querían darse un aire de artistas.

Hasta que yo mismo experimenté la pulsión de escribir. Ocurrió en un momento muy concreto y un tanto traumático: un ingreso hospitalario para la primera operación del paciente (nada grave pero tampoco baladí). Lo primero que hice tras enfundarme el denigrante pijama fue pedirle bolígrafo y papel a la enfermera. En esos dos días que separaron la llegada del paso por el quirófano escribí Preoperatorio

Desde entonces nunca he sentido tal necesidad. Lo que más me duele es que esta pulsión diferencia a los verdaderos escritores del resto de juntaletras.